Georges Bernanos (1888-1948) fue un escritor francés que se ocupó de abordar desde su primera novela, Bajo el sol de Satanás(1926), temas relacionados con el cristianismo y su influencia en la sociedad, poniendo énfasis en la soledad del hombre, la desigualdad económica y la vida rural. Diario de un cura rural, publicada en 1936, está narrada en forma de diario sin fechas, escrito por un cura recién egresado del seminario, quien describe los tres meses iniciales a cargo de su primera parroquia.

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Narrar en forma de diario puede parecer un recurso fácil porque posibilita hablar en primera persona sobre cualquier vivencia del pasado, ilusiones sobre el futuro, lo que está sucediendo al momento de escribir y cualquier pensamiento que tenga el protagonista. Sin embargo, el autor debe hacer que su personaje hable conforme a características particulares  sabiendo que desde la primera palabra su protagonista envejece. Por ejemplo, por mencionar otras obras escritas en forma de diario, en La invención de Morel (1940) el texto parece escrito por un hombre maduro en busca de respuestas (el fugitivo) y éste narra lo que observa desde la sorpresa hasta el terror; por su parte, en el Horla es posible ver que quien habla es alguien tocando cada vez más la psicosis.

El Diario de un cura rural refleja ser escrito por un joven sacerdote con amplios conocimientos teóricos, pero con pocas nociones sobre la práctica, hecho que le causa temor, dudas y tristeza, siendo éste el eje que le permite esbozar numerosas reflexiones sobre las nuevas vivencias en su parroquia y contrastarlas con la teoría y los recuerdos de infancia. A esto se suma su estado de salud crítico: un frecuente dolor de estómago y una sensación constante de debilidad.

Para Maurice Blanchot, la escritura en forma de diario “es una confesión sin confesor”, un lugar en donde la escritura, al estar ligada a la idea de poder observarse a sí mismo, resulta más sincera. No obstante, esta búsqueda de sí mismo se orquesta como una ficción, porque independientemente de cómo hayan sido las cosas, al escribirlas éstas parten del plano imaginario, es decir, de los recuerdos, y a su vez se moldean con los recursos literarios de quien redacta.

Constantemente el cura realiza observaciones sobre su relación con la escritura del diario. La pregunta sobre el porqué se encuentra escribiéndolo tiene como primera respuesta el deseo de prolongar en las hojas las conversaciones con Dios, encontrando dos problemas que enuncia de la siguiente manera: “El razonamiento deja cómodamente en la sombra lo que deseamos mantener oculto”.

La solución para este problema es el proponerse escribir lo primero que pase por su mente sin llevar a cabo una selección de palabras y es aquí en donde encuentra el segundo problema:

Jamás me atrevería a escribir lo que cada mañana confío a Dios sin la menor vergüenza”.  Es consciente de la intimidad que conlleva un diario y de lo revelador que puede tornarse. Se reprocha al decir que “Uno debería hablar de sí mismo con un rigor inflexible”, pero también nota que esto no se puede hacer por completo. El cura concluye su breve reflexión con una pregunta que deja abierta: ¿De dónde surge esta piedad hacia uno mismo?.

La relación del protagonista con el diario va cambiando. Primero observa cómo comienza a llenarse de cosas cotidianas aparentemente sin utilidad, pero a las que estamos anclados sin notarlo, hecho que le provoca malestar. Posteriormente reflexiona sobre una presencia que emerge del diario:

Tenía la esperanza de que el diario me ayudaría a fijar mi pensamiento, que se esfuma siempre en los raros momentos en que puedo reflexionar un poco, sin embargo, me descubre el sitio enorme y desmesurado, que ocupan en mi pobre vida esos mil pequeños sucesos cotidianos de los que algunas veces me creía ya librado… ¿pero por qué fijo sobre el papel lo que, por el contrario, debería esforzarme en olvidar? […] Al escribir hay una presencia invisible que no es Dios. Una especie de yo con otra esencia.

El joven cura siente que al escribir surge otra presencia y otro rostro, tiene la fantasía de que el diario será leído, a pesar de que sólo él lo leerá. Se pregunta angustiado “¿Qué rostro surge? ¿acaso el mío?”.

Junto con estos pensamientos, describe su incapacidad para dirigir la parroquia. La misa casi siempre está vacía, no parece tener autoridad sobre el pueblo. Sus vínculos sociales más sólidos son con el viejo cura de Torcy, con quien mantiene largas pláticas en una relación de maestro-alumno y, mediante cartas, con un ex compañero del seminario. Regularmente se encuentra solo, sin dinero, alimentándose con pan y vino.

Es así como el lector puede ver que la escritura de un diario se convierte en una manera de escapar del silencio y la soledad. En palabras de Blanchot “es una manera de rescatar el pequeño yo y no perderse en la pobreza de los días”. Siendo la soledad y la pobreza dos de los temas que más se elaboran en la novela, ambos desde la mirada de un joven que cree en Dios, pero que, en la intimidad, cuestiona las prácticas de su institución religiosa.

Sobre la pobreza el protagonista detalla un extenso diálogo que tiene con el viejo cura. Sorprendido y confundido escucha cómo, para su superior, el pobre es el mejor público de la Iglesia porque su misión es dar ilusión. Una analogía ilustra la idea: “Háblale a un enfermo de cáncer de la cura y estará atento a lo que dices… háblale a un pobre de la salvación y se acercará”. La iglesia no tiene como objetivo terminar con la pobreza, sino ser un soporte que ilusiona con un paraíso en otra vida para quienes, a pesar de sufrir injusticias (en este caso económicas), son justos con los demás.

De acuerdo con los ideales del viejo cura, un sacerdote debe ser un líder similar a un militar y lamenta que no hayan podido formar un imperio. Para el joven protagonista, la Iglesia debe reformarse constantemente para protegerse de los peligros del exterior y un sacerdote debe mantenerse altruista.

Sobre la soledad, prácticamente toda la novela se teje en la misma. Se escribe en la soledad, en una que es sufrimiento. Conforme el cura escribe y hace una lectura de los días pasados, se enfrenta a la angustia de palabras que le dicen:  “tú eres eso” o bien, “tú eres ese” que se presenta en el texto como otra conciencia que escucha mientras escribes.

¿Quién es ese que se hace presente? ¿Quién es ese a quien el joven cura reconoce en su escrito? Un sacerdote incapaz de dirigir a su comunidad; con un enorme deseo por hacer el bien, pero sin lograrlo; un joven que cada día se siente más débil y enfermo. Débil no sólo físicamente sino también en el sentido espiritual, porque conforme lee su diario siente que ha fracasado y que además de estar solo, también “la gracia” lo abandona y la fe se aleja.

Cuando se reconoce en su texto y encuentra algo de sí mismo en cada línea se asume como alguien atado a los defectos; pero también como un hombre ejemplar, con muchas virtudes. Un hombre que huye, mucho más que otros, al pecado y, sin embargo, sufre sintiéndose solo y fracasando constantemente en su tarea. Al final, lo atormenta el fantasma que evoca la lectura del diario.

El malestar se hace evidente en notas en donde se aclara que ha arrancado páginas al diario, borrado frases con rayones, e incluso surge en él un deseo por dejar de escribir que se encuentra con una realidad en donde ya no puede dejar de redactar el diario. Se siente en complicidad con un enemigo interior que lo lleva a un castigo voluntario y a encerrarse para lograr comprender cosas que no se comprenden.

El lector puede ver que el cura pasa de preguntarse ¿quién soy? a ¿Por qué fallo? ¿Qué quiere Dios de mí, mi parroquia, el pueblo, los superiores, mi amigo? ¿Por qué la soledad pesa tanto y puede tornar a uno mismo en enemigo?

El peso de la soledad es un tema que Georges Bernanos toca en diversas obras, por ejemplo, en Nueva historia de Mouchette (19337). Como un paréntesis, cabe destacar que tanto Mouchette como el Diario de un cura rural, han sido adaptadas al cine por el francés Robert Bresson, siendo dos de sus mejores películas. Y es que Bernanos detalla realidades en donde los personajes más correctos socialmente se enfrentan a realidades que invitan a reflexionar en dónde está Dios, en dónde está su gracia, ¿queda algo de él en las personas?

Diario de un cura rural no es una novela que promueva el cristianismo o que esté en contra, a pesar de su contenido. Es una obra que reconoce cómo en occidente la religión judeo – cristiana ha logrado crear impacto en la sociedad. Bernanos enuncia la aparente falta de respuesta de Dios, su silencio y la pregunta sobre si existe o no, parece no ser tan importante cuando alguien tiene una opinión fija. En este caso, lo que al autor le interesa resaltar es en que medida las personas, a través de sus actos, son capaces de pensar en el otro.

Víctor H. López